La trayectoria de un disparo
Fotografías de Óscar Monsalve
En 1981 la ciudad de Medellín acogía la IV versión de la Bienal de Arte de Coltejer junto a un evento, aún hoy enigmático, titulado El Primer Coloquio Latinoamericano de Arte no Objetual. Juan Acha, su director, precisaba que “el número de acciones corporales fue mayor del esperado y resultó imposible ver todas”. Aunque la frase buscaba dar un contexto del desarrollo de este evento en términos prácticos, con ella Acha ilustraba un síntoma y una actitud de las dinámicas del arte desplegadas en el territorio colombiano (muchas veces asociadas a la fotografía), las cuales fueron apareciendo en la década del setenta y se reafirmaron en los años ochenta.
Gracias a la gran acogida y afluencia de personas, surge la pregunta sobre lo que queda al finalizar un evento de ese tipo, o lo que es más, sobre cómo registrar de manera precisa lo que sucede en una acción efímera. Por fortuna, el coloquio fue presenciado por fotógrafos como Guillermo Melo, Humberto Arango (Jaimar), Luis Alberto Restrepo, Luis Eduardo Maya y Óscar Monsalve, que andaban con cámaras en mano cargadas con rollos (lo cual no sucedió de manera tan masiva en otros encuentros y actos corporales de carácter similar que transcurrieron en la misma época). De hecho, muchas acciones eran convocadas y realizadas en condición extraoficial: activaciones callejeras, espontáneas, a puerta cerrada o congregadas voz a voz.
Fue así como los rumores e invitaciones llegaban acompañados del apellido de un fotógrafo que resonaba entre artistas, gestores y curadores, quienes sugerían contactar a Monsalve para registrar cualquier evento asociado a arte.
Óscar Monsalve, quien inició su carrera profesional en el año 1975, para finales de la década ya era un nombre conocido y recomendado para fotografiar pinturas, esculturas e instalaciones de artistas colombianos y extranjeros que llegaban en calidad de expositores al Museo de Arte Moderno de Bogotá, así como las inauguraciones, las “colgadas” y las salas de museos, galerías de arte y espacios independientes. También, de manera menos oficial y no tan bien pagas (o nada pagas), Óscar era contactado o convocado para asistir y registrar acciones que sucederían “en una semana”, “el próximo mes” o “mañana en la tarde”.
Este grupo de fotografías, titulado “La trayectoria de un disparo”, corresponde a una selección de ocho acciones y eventos registrados por Óscar Monsalve entre 1977 y 1992, que responden a un arte de procesos que se valió de estrategias vanguardistas asociadas al cuerpo como un espacio amplio para representar otros cuerpos, para incomodar a un público o para cuestionar y sensibilizar acerca de un tema de actualidad.
Este cuerpo de fotografías inicia con la acción, quizás más críptica de este grupo, titulada Reporter con interferencias de Álvaro Herazo, una puesta en escena de cuatro actos desarrollada en Barranquilla en 1982 en el espacio independiente de Sara Modiano (característico por sus amplios calados y pisos con azulejos), donde se cruzaban elementos asociados a obras de arte de corrientes europeas con escenas que activaban el espacio y el público a partir de códigos y asociaciones entre objetos como un revolver o cuchillos, y sonidos ambientales. De Herazo también se presenta una selección de fotografías de Tierra sagrada, que vincula de manera poética la relación del cuerpo con la tierra en una puesta en escena de claroscuros en la galería Alonso Garcés. En este mismo espacio pero cinco años antes, aparece fotografiada Beatriz González cortando su monumental pintura copiada de una torpe reproducción del cuadro Baile en el moulin de la galette de Renoir, que posteriormente vendería a centímetros lineales, precisando una burla, al tiempo que una crítica sobre la mercantilización del arte.
En una acción callejera realizada en la Quinta Bolívar se muestra a Cecilia Vicuña derramando un vaso de leche con ayuda de un hilo rojo, una reflexión en la que cruzan problemáticas de su país natal, Chile –asociadas a las políticas frustradas de Salvador Allende de proporcionar medio litro de leche por día a cada niño– y Colombia –asociadas al trágico evento en el que 1920 niños murieron al ingerir lo que parecía leche suministrada por una empresa privada que mezcló pintura blanca y agua a este producto. Para la IV Bienal de Arte de Medellín, Óscar registró la apertura a este evento con la icónica acción de Marta Minujín titulada Carlos Gardel de Fuego en el que prendió en llamas un cuerpo de metal y algodón de 17 metros para “desmitificar este personaje a través de su destrucción” y cuestionar la idea asociada a la verticalidad de los monumentos percibidos como símbolos inamovibles.
Entrados los años noventa, Monsalve presenció y fotografió tres acciones desarrolladas en y para eventos presentados en circuitos más institucionales: dos en la exposición Ante América y uno en el Salón Nacional de Artistas de 1992. Para el primer evento registró una acción protagonizada por Antonio Caro titulada Dulce Zipacón, realizada en una finca en el municipio de Zipacón en la que Caro hace un dulce de Papayuela, desde la selección del fruto hasta su cocción, para luego replicarla en el evento de apertura de la muestra en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Allí se plantea una reflexión sobre la alimentación y el bienestar en relación a las plantas autóctonas de las Américas. La segunda acción de ese evento (mucho menos documentada) la realizó María Teresa Hincapié en el patio del Museo Casa de la Moneda. En ella la artista llenó los perfiles, jardines y bordes de todo el espacio con figuras de plástico miniatura, tras escribir con tiza sobre el piso la frase repetitiva “somos inocentes, somos inocentes”. Para el Salón Nacional y como una mera coincidencia, Monsalve se encuentra entre un grupo de personas que ve a María Angélica Medina realizando la obra (aún hoy inconclusa), Pieza de conversación, en la que Medina teje desde hace más de 35 años una madeja mientras conversa con algún visitante a los eventos donde se presenta, reflexionando acerca del oficio y construcción de la conversación.
Esta primera revisión que se realiza sobre el archivo y el trabajo de Óscar Monsalve busca poner en evidencia un tipo de fotografía desarrollada por Monsalve que no necesariamente indaga en unas características perfectas del registro, pues muchas veces los espacios y las condiciones en los que apuntaba y disparaba no lo permitían. Sin embargo, la mayor consciencia y potencia de sus fotos reside en el principio básico de asegurar, con el paso de la luz, que los sucesos del arte en Colombia quedaran registrados en las cámaras análogas que colgaban de su cuello cargadas, una con película de color, y otra con película en blanco y negro.
Texto y selección: Arturo Salazar