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El Dorado en la coyuntura

 

El Dorado en la coyuntura

Como equipo hemos estado reflexionando sobre temáticas que nos atraviesan como individuos y colectivos, buscando trazos de estas en las obras de algunos de los artistas con los que trabajamos. En estas dos semanas de distanciamiento obligatorio estaremos compartiendo estas reflexiones en una nueva sección de nuestra página en un blog colectivo.

 

Esta soledad
esta vanidad la conciencia
condenada impotente
que termina en sí misma
que se acaba
enclaustrada
en la luz
y que no obstante se alza
se envanece
se ciega
tapa el vacío con cortinas de humo
manotea ilusiones
y nunca toca nada
nunca conoce nada
nunca posee nada.
Esta ausencia distancia
este confinamiento
esta desesperada
esta vana infinita soledad
la conciencia.

La soledad. Idea Vilariño  

El confinamiento por la pandemia ya no es novedad. Después de unas semanas de ajuste es evidente que el aislamiento puede prolongarse indefinidamente y que mientras no se encuentre una vacuna, el distanciamiento social será estricto. Las universidades ya comenzaron las clases virtuales, con más o menos éxito; las galerías activamos las ventas online, con más o menos ímpetu; las plataformas como Uber Eats y Cornershop se robustecieron, con más demanda cada día, y ya estamos viviendo la segunda oleada de despidos o de renegociaciones de contratos. La idea que teníamos de soportar estas medidas para eventualmente regresar a nuestra vida cotidiana ya no tiene sentido: el virus ha evidenciado los riesgos a los que estábamos expuestos y ninguna actividad que no sea esencial podrá volver a realizarse, o por lo menos no de la manera a la que estábamos acostumbrados. 

Las fantasías futuristas y los escenarios distópicos y apocalípticos se encuentran en nuestras interpretaciones de la actualidad. Hay una nostalgia por el pasado y un deseo de conexión con la naturaleza y los otros humanos que choca con los desarrollos tecnológicos y el cambio de hábitos que estos traen. En su columna Otras meditaciones sobre la pandemia publicada en VICE Carolina Sanín habla de cómo cambió el paisaje urbano bogotano en el 2018 con el boom de plataformas como Rappi y Uber Eats:

De repente, mucha gente prefería comer dentro lo de fuera, y pedirlo por el teléfono. Elegía quedarse en casa, encerrarse y recibir su alimento envuelto en materiales desechables, y hacer basura, más y más basura. Más que el afuera, el espacio público era el trayecto al adentro ajeno. Se iniciaba en mi ciudad, o en varios sectores de mi ciudad, una epidemia de encerrarse —que traía aparejados el excesivo desperdicio y el abuso laboral—.

Este panorama ya no da cuenta de la vida de algunos individuos sino de una capa entera de la sociedad, aquellos que podemos seguir produciendo desde el encierro, para la que el entorno doméstico pasó de ser uno de los lugares en los que hacíamos nuestra vida a convertirse en la totalidad. Quienes nos negábamos a usar las aplicaciones de delivery de repente nos vimos forzados a hacerlo para no incumplir la cuarentena, y cada vez más trámites y espacios de encuentro se pasan a la virtualidad, circunscribiendo más campos de la existencia a lo interno. En su obra La soledad en tiempos de Netflix (2018) Felipe Lozano presentó, tomando la estética presente en los videos de YouTubers e influencers, una serie de productos imaginados que prometían suplir la interacción humana. En el texto curatorial de este proyecto, presentado en el marco de nuestra convocatoria En Blanco 2019, Juan Ruge plantea que:

Nos ponemos voluntariamente en una vitrina y nos consumimos los unos a los otros con la intención de aliviar ese dolor, cada vez más soportable, que es la soledad. Lo único que obtenemos a cambio, es, casi siempre, una insatisfacción. No por el consuelo de una compañía simulada, no por el cansancio de una búsqueda que no termina, sino como el lamento de un sufrimiento que nos ha sido arrebatado, que, como obsoleto, ya no le da sentido a nuestra existencia. No necesitamos amarnos, ni sufrir por amor, solo dar clic y pretender que no nos hace falta.

Este reemplazo de las interacciones afectivas a las que se refiere el proyecto ya no responde a la preferencia de algunas personas, sino que se ha vuelto la única opción: recurrir a las tecnologías de las que parte la propuesta de Lozano es la forma actual de poder relacionarnos. Ante la crisis sanitaria el mundo y las empresas respondieron ágilmente a las demandas de virtualización de los espacios de relacionamiento, reduciendo la experiencia humana a la del consumo y la virtualidad. Vivir en un clic, pretendiendo que nada nos hace falta.

Después de 29 días de cuarentena en mi nueva casa siento que la conozco profundamente. Ya pude memorizar lo que hay en cada cajón, organizar las especias de forma óptima y tener una rutina de limpieza eficiente. A falta de humanos o animales, me he familiarizado con los objetos que me rodean y he ido construyendo una relación afectiva con ellos. No dejo de pensar en el video Despojo (2018) de Ana Claudia Múnera que comienza con un charco de cera derretida del que poco a poco se van formando objetos hogareños: una tetera, una plancha, un teléfono, unas tijeras. Más allá del juego que comienza cuando uno como espectador intenta adivinar qué objeto se está armando, me identifico con el proceso de Múnera: recorrió su casa seleccionando  los elementos más importantes y los usó como molde para hacer las piezas de cera que posteriormente derritió en el video. Construyó una versión fundible de su mundo, recorriendo los bordes de cada uno de estos artículos utilitarios encontrando otra dimensión en ellos. 

La introspección y construcción de un mundo interior parece ser la recomendación de los expertos en salud mental para sobrellevar las condiciones actuales. La frontera entre afuera y adentro cada vez se hace más marcada y la porosidad de la piel más evidente. El video-performance Now Here. Nowhere (2017) de María Leguízamo en el que la artista recorre el norte de Filadelfia pegando su lengua a distintos muros y repitiendo la frase "cavando en mí hacia ti" en inglés y español, adquiere una nueva capa de interpretación a la luz de lo que vivimos hoy: además de la repulsión que podría causar esta acción a un espectador que no quiere tener la ciudad en su lengua, hoy este video pasa a ser casi que temerario. 

Es importante revisitar estas obras para recordar que la pregunta por la soledad y los límites no es nueva. Si bien la pandemia ha agudizado o acelerado algunas realidades, estas preocupaciones tienen una trayectoria, lo interesante es ver cómo este acontecimiento vuelve tangible aquello que veíamos lejano o ajeno. La imposibilidad de construir vínculos afectivos que preocupaba a Felipe Lozano se hizo realidad y todos aquellos que no encontramos pareja antes de la cuarentena, ni vivimos con familia o amigos, parecemos destinados a la virtualización de nuestras relaciones. El ejercicio de recorrer nuestro mundo doméstico para delinearlo, apropiarlo y reconstruirlo, como lo hizo hizo Ana Claudia Múnera en su obra, se acerca a la delicadeza con la que ahora limpiamos y organizamos el entorno en el que estamos pasando todo nuestro tiempo. El desafío que María Leguízamo propone de fusionar el afuera y el adentro y explorar la porosidad del cuerpo tensiona lo poético y lo aterrador. Así, las obras de estos artistas se actualizan con la coyuntura y nos remueven en nuevos niveles. 

– Valentina Gutiérrez
Directora


Cada sociedad tiene sus propias enfermedades,
y dichas enfermedades dicen la verdad acerca de esta sociedad.
 

El coronavirus como declaración de guerra
Santiago López Petit
Publicado en elcritic.cat
18 de marzo, 2020

El aislamiento preventivo obligatorio impone una serie de cambios en las rutinas de la vida: confinamiento en casa, trabajo en casa y estudio en casa. No hay contacto social más allá del entorno que habitamos, y aunque son medidas fundamentales para evitar la propagación del COVID-19, dan lugar al surgimiento con más fuerza de nacionalismos, radicalismos y discriminación, generando otros tipos de violencias.

El confinamiento nos enfrenta a nuestros miedos más grandes y nos obliga a mirar de frente las crisis que evadimos dentro de esa falsa ilusión que nos dan las rutinas de la vida. En la coyuntura actual se exacerba nuestra sensibilidad, la carga emocional es grande y se propician enfrentamientos, que algunos podemos sortear de la mejor manera, pero en los que otrxs pueden encontrarse indefensos ante situaciones de maltrato y violencia. Discriminación, xenofobia, racismo y violencia de género son algunas de las circunstancias que se han acrecentado durante la pandemia que enfrentamos en Colombia y en el mundo. Las líneas de atención a la violencia contra las mujeres han duplicado el número de llamadas cada día. Se supone que el confinamiento en casa es la forma de estar más seguros, aunque la realidad sea otra: muchas mujeres están más protegidas saliendo cada día a su trabajo. 

La medida del “Pico y género” impuesta en varias ciudades también ha sido polémica, pues a diferencia de la manera como siempre se nos ha explicado, el género va más allá de lo binario. En este sentido, la población Trans se ha visto afectada en escenarios como los supermercados, donde se les ha negado el ingreso porque su género, entendido por los guardias de seguridad como los rasgos faciales o la anatomía de los genitales, no corresponde con la restricción establecida para ese día. Se aplana la comprensión de lo que es el género y de esta manera se violentan las identidades de estas personas. 

Otra población que ha sufrido el atropello y rechazo social es el personal sanitario, a quienes se les ha negado el ingreso para abastecerse de alimentos por miedo al contagio. Incluso,  en sus propios lugares de residencia los vecinos les piden que se muden de sus hogares, porque están poniendo a todos en riesgo, como si no fuera suficiente con la carga que llevan al exponerse cada día en  su trabajo ¿De qué sirven todos los elocuentes mensajes en redes sociales enviados al personal sanitario o los masivos aplausos cada día a las 8 p.m. como lo hacen en España, si en los gestos mínimos perdemos la dimensión de lo humano?

Dominados por el miedo perdemos el sentido común. El COVID-19 es un virus que no discrimina; por el contrario, el virus del miedo, del aislamiento, si lo hace. Hoy más que nunca se hace indispensable Resistir, como la lectura que nos propone Luz Adriana con su obra Resistir - Resiste.

La acción Resistir – Resiste busca, a través del video performance entablar un diálogo directo entre la sensibilidad de la artista y la sensibilidad del espectador, un impacto en la propia carne de quien mira pero que además tiene una connotación emocional e incluso existencial.  Las imágenes que son atravesadas por el dolor, atestiguan una doble herida: la física y la emocional, pero ¿cuál es el límite? 

Las palabras conjugadas representan una acción, un proceso, un estado que afecta directamente al sujeto y él no puede oponerse, apartarse o desintegrarse porque el verbo lo determina, lo mide en el tiempo, lo significa. El cuerpo y la palabra funcionan como portadores de metáforas. En la acción Resistir – Resiste se evidencia ese accionar verbal en el que la palabra condiciona a la piel a resistir sin defenderse, a soportar y cicatrizar, nos recuerda a la relación amo – esclavo, entre las instituciones de poder y el cuerpo, entre la religión y la sexualidad, entre el patriarcado y la mujer. El cuerpo será ese campo de batalla en el que múltiples agentes van a buscar definirlo y limitarlo. La herida es ese quiebre que activa el cuerpo adormecido, es esa posibilidad que rompe el sistema, es el límite contingente. Un cuerpo que deja de resistir es un cuerpo que abraza la herida y asume sus represiones, asume su existencia.

Luz Adriana Vera.

– Maria Alejandra Toro
Proyectos y archivo


LINDERO

Las convenciones de todo orden cambiaron durante el último mes. Los pactos  acordados para relacionarnos se reconfiguran a partir del temor y la aversión al riesgo. Las zonas limítrofes, por su función de ser un lugar de encuentro y conflicto (no necesariamente violento) entre elementos categóricamente diferentes, son un espacio de tensión y negociación constante, y este clima de incertidumbre se agudiza por la volatilidad de los últimos días: el avance diario del virus y sus consecuencias ha causado que las estrategias propuestas en el camino pierdan su conveniencia y vigencia rápidamente. 

Los límites que demarcan nuestro quehacer y nuestras formas de circulación, expresión e interacción física se han fortificado. La integridad del tejido social depende de que los cuerpos se mantengan a mínimo dos metros de distancia. La experiencia divisoria entre el adentro y el afuera, del tránsito entre el espacio doméstico y la vía pública, ahora es más compleja: el repertorio de prácticas en torno a salir y entrar ahora incluye nuevas medidas sanitarias en las puertas de los hogares y en el ingreso a los espacios de trabajo vitales. Las fronteras fijadas por tratados internacionales para acordar líneas imaginarias, cuya porosidad no filtra amenazas inevitables, han sido cerradas por los lugares de paso institucionales.

En este estado de las cosas todos todos hemos sido llevados al límite, sea el que no podemos cruzar desde el hogar, o al borde del peligro por la exposición al virus y la vulnerabilidad agudizada por las desigualdades sociales. Quisiera convencerme de que ambas situaciones extremas puedan mostrar el abanico de circunstancias humanas que, más que tolerar, tenemos que esforzarnos por entender, y partir de la comprensión para reconocer y aceptar que todas las vidas son dignas. 

Fue a través de una ventana de su apartamento que el artista Umberto Giangrandi pudo tener testimonio de la vida de un inquilinato en el centro de la Bogotá de los años 60 en el que convivían precariamente familias trabajadoras, campesinos desplazados por la violencia, prostitutas, criminales y niños. Giangrandi exploró este microuniverso en un ejercicio que se constituyó en su propuesta Espacios vecinos (1968-1969), una serie de grabados y monotipos producto de las imágenes y fotografías que capturaron la cotidianidad del lugar, en un tono de denuncia de los desequilibrios sociales y de las estructuras de poder que mantienen al margen a la población más vulnerable. En estos momentos en que las ventanas son una interfaz entre el interior y el exterior, ¿qué tan diferente nos relacionaremos los que antes estuvimos separados por un vidrio después de que las restricciones sean levantadas? 

El límite entre el ámbito público y privado está demarcado por los muros de edificaciones diseñadas para habitar. La arquitectura y sus intenciones determinan los usos de los espacios y el tipo de encuentros que toman lugar en ellos. Los registros de Alejandra Parra y Sebastián Bright se valen del lenguaje fotográfico y sus historias personales para capturar la materialización de las convenciones sociales que definen el adentro y el afuera. Las dos caras de las paredes, además de cumplir su función básica de límite y contención, también son el soporte de las aspiraciones y manifestaciones humanas de quienes las habitan. En esta pandemia han sido plataformas de un espectro de expresiones que abarca desde las manifestaciones musicales hasta los trapos rojos en señal de protesta y hambre.

Nuestra relación con el mundo continuará cambiando y posiblemente los límites que median nuestra existencia serán renegociados. Hace 20 años la amenaza del terrorismo modificó los protocolos de seguridad y las políticas migratorias, y activó un álgido debate sobre la limitación de las libertades individuales a favor de garantizar la seguridad global, con consecuencias tangibles en los rincones del mundo más inestables. Hoy, en el centro de la discusión vigente estará la búsqueda de formas de mitigar los riesgos de salud causados por agentes microscópicos, y con certeza tendrá un impacto en las formas de organización tanto de la vida privada como de las estructuras políticas y económicas. Es importante no perder de vista que estas fronteras no están dadas: son construcciones sociales, y sus virtudes y falencias dependen de lo que la humanidad haga de ellas. 

– Nicolás Ayala
Asistente de Dirección


SOBRE EL RETORNO A CASA Y LA DILATACIÓN EN LOS TIEMPOS


El tiempo, al fin y al cabo, no es otra cosa,
sino una idea. Desaparecerá en el entendimiento.
Dostoievski, F. 1872. Los endemoniados [1]

“Los seres humanos vivimos cortas vidas pensando que son largas. De hecho, son tan cortas, que cualquier ser que tenga una vida más longeva se nos presenta como una criatura lenta que no logramos entender del todo. Esta es la realidad de los árboles, que viven a una velocidad extremadamente lenta para nosotros los seres humanos, pero que aún así están activos y conectados con el momento que están viviendo...”

Así comencé el texto para mi trabajo de grado de Artes en la Javeriana. Al releerlo, siento nostalgia por un pasado que era imperfecto pero seguro. En él había rutinas establecidas, tareas que entregar al comienzo de las clases, horas para irse a dormir, y horas de almuerzo delimitadas. Camilo Lleras retrata esta cotidianidad muy bien en sus series fotográficas. En Lleras acostado, tomando un baño, desayunando y leyendo la prensa (1975), descubre y retrata las acciones diarias y permite entrever los ritmos de las rutinas congeladas a manera de stills de película. Vemos que hay un tiempo para tomar café, otro para bañarse, otro para acostarse e incluso otro para retratarse. La mayoría de nosotros estuvimos anclados a estos hábitos, pensando que eran la mejor manera de manejar nuestro tiempo en la cotidianidad del mundo que conocíamos. En esos tiempos mi vida estaba controlada, pero me sentía segura. Mi tiempo era manejado por otros agentes y a pesar del agite, me gustaba. 

Generalmente un árbol pasa toda su vida en el mismo lugar. Su espacio es un todo y no tienen necesidad de cambiar de tierra. El ser humano, en cambio, nunca paró de ser nómada. Facilitar el transporte reavivó ese instinto de nomadismo hasta tal punto que un ser humano pudiera llamar “hogar” a distintos puntos del planeta, que no son necesariamente casas o apartamentos. Yo soy una persona que ama estar en su casa. Pero en esta cuarentena he visto mi casa con otros ojos. No es solo un lugar de descanso, sino que ahora también es mi lugar de trabajo, donde me desahogo, donde hago planes con mis amigos, mi restaurante, mi peluquería y el único lugar en el que puedo estar. Mi relación con mi casa ha cambiado tanto, que he descubierto que yo amaba mi casa porque no pasaba mucho tiempo dentro de ella. 

La propuesta de Alejandro Salcedo expuesta en Bache (2016) nos habla sobre la añoranza de la casa, de la búsqueda de los recuerdos de la infancia, la nostalgia del hogar de antaño. A pesar de vivir en una casa, cuando pensamos en el “hogar” tendemos a colgarnos de un pasado lejano y borroso donde esa sensación de pertenencia era infinita. Tal vez la idea de hogar era mucho más clara en esos tiempos. Y a pesar de sentirme a gusto y cómoda dentro de ella, a veces siento que mi casa no es mi hogar. Salcedo por medio de Bache construyó puentes entre los recuerdos de esos espacios hogareños por medio de objetos y la pintura. Objetos que, al ser relacionados, crean un espacio-tiempo nuevo e infinito.

Dentro del encierro me doy cuenta que el transcurso del tiempo en la vida humana puede tornarse lento y difuso a pesar de su lacónica duración y volverse más parecido al tiempo que manejan seres como los árboles. Antes, pensaba que esto solo era posible mediante la fotografía. Pablo Gómez con su serie Condensación temporal (2015-2018) no congela un instante, sino el transcurso de un acontecimiento (de un tiempo) donde hubo actividad humana. Al utilizar una cámara estenopeica, a diferencia de una cámara normal, el tiempo de exposición largo de la cámara hace que la imagen capturada se vuelve tiempo vital congelado. No se es consciente de los movimiento corporales hechos  ni de cómo se ven en un espacio-tiempo distinto al del hombre, pues la manera en que el ser humano percibe el mundo y a sí mismo siempre ha estado limitado por sus cinco sentidos. Este procedimiento parece ser el único medio que nos permite imaginar cómo nos perciben seres como los árboles que viven en espacio-tiempos más largos. La vida vivida en un solo lugar hace que el tiempo se dilate. Por eso quisiera creer que si los árboles tuvieran ojos, el mundo se vería parecido a las solarigrafias de Pablo; y nosotros nos veríamos como una línea borrosa en el espacio. Hoy entiendo que, a pesar de que nuestros movimientos siempre han sido igual de veloces, la manera en que se perciben en el des-tiempo de la cuarentena son más lentos. 

La lentitud en la cuarentena me recuerda también a la obra de Olga Huyke expuesta actualmente en Espacio El Dorado. La obsesión por atrapar algo tan efímero (y aún así, repetitivo) como lo son los atardeceres en Sostener un instante, me recuerda por qué es tan importante mantener lo finito, por lo menos por unos segundos más: esos son los instantes añorados y los que se vuelven eternos en la memoria. No tengo la fortuna de vivir en una casa desde la que pueda ver el atardecer. Ahora en el encierro, la única manera de vivenciar atardeceres reales (o que alguna vez lo fueron), es en de mi memoria.

Han pasado treinta y tres días desde que salí por última vez de mi casa. A veces este dato me parece mucho, otras veces ni lo siento. En la cotidianidad pasada habría estado desesperada por salir, pues perder el tiempo era una blasfemia y la productividad se medía por cuántas cosas habías hecho en el afuera. Hoy, dentro de este espacio-tiempo alterno que nos propone el virus, veo que el tiempo es aliado nuestro; se hace pasar lento por estos días para demostrarnos que nunca se pierde, sino que se adapta.

[1] Citado por Dylan Altamiranda, para el texto expositivo de Estudios sobre el tiempo: lo irreversible de Olga Huyke https://www.espacioeldorado.com/estudios-sobre-el-tiempo-lo-irreversible

– Juliana Cuellar
Practicante


CALLES VACÍAS

El 2019 finalizó con la unión de determinantes voces de miles de estudiantes, profesores, trabajadores y movimientos sociales que se tomaron las calles en países en toda Latinoamérica: Chile, Bolivia, Puerto Rico, Colombia y Ecuador, entre otros, demandando una mejora en el sistema económico, de salud, educación y transporte. El sonido en bucle de la cacerola fue la alegoría de un malestar social que impulsó la protesta y la marcha, teniendo como eje de acción el espacio público. Fue un año de luchas, que puso la dignidad en el centro de la discusión política, declarando inaceptable, definitivamente, el estado precario y de emergencia en el que gran cantidad de personas vive en la región. 

Hoy, las mismas calles que temblaban con voces, aparecen vacías. Aún así, guardan un rastro: los graffiti que anuncian una fecha, un nombre o una frase que impulsó y marcó el Paro Nacional en Colombia iniciado el 21 de noviembre. Aunque estos sucesos se sientan olvidados y llevados a un segundo plano por el hecho histórico que vivimos hoy, las calles vacías no han hecho más que reforzar una de las demandas de las movilizaciones: desigualdad en todos los sentidos de la palabra, esa misma que parece medirse hoy, en la cantidad de días que una persona o una familia pueden pasar confinadas, sin salir a trabajar o buscar cualquier alimento.

La ciudad es una imagen construida por la modernidad, es el espacio en constante movimiento en el que se puede construir el sujeto, por eso verla vacía nos inquieta y ha merecido la reflexión de varios fotógrafos en el mundo a lo largo de esta pandemia. Curiosamente, ese fenómeno de las calles vacías lo analizaba Antonio Castles hace 6 años, cuando en junio de 2014 el mundial de fútbol de Brasil vació las calles de la capital colombiana como ningún episodio o festividad lo había hecho antes. Esto se dio durante un momento político importante: la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en las que participaron los candidatos Juan Manuel Santos, impulsor del proceso de paz con las FARC y Óscar Iván Zuluaga, representante del uribismo y la política de la seguridad democrática. La polarización en el país, anulada al parecer por el furor colectivo que representaba volver a las canchas en un certamen de este nivel después de más de 10 años de no clasificar, no era más que un efímero momento camuflado en la idea de patria y nacionalismo que duraba los 45 minutos de cada tiempo. Castles señala, sin embargo, cómo lo que en principio parece congregar a todo un pueblo bajo una misma pretensión, resulta subjetivo, pues lo que un día es motivo de celebración, al siguiente es objeto de violencia disfrazada del orgullo de una hinchada por su equipo. 

El carácter inquietante de las fotos que conforman la serie “Sin igual y siempre igual” de Castles, se contraponen a la festividad que se vive al interior de las arquitecturas retratadas. Extrañamente, vistas al día de hoy, las imágenes tienen una vigencia exacta con lo que se evidencia en las calles desde que se anunció la cuarentena obligatoria en el país, y de hecho, se acercan más a ese sombrío e incluso, como algunos han llamado, apocalíptico momento que atraviesa el mundo. 

La ciudad vacía sugiere ser un fenómeno, que más allá de ser percibido en un ámbito físico, refleja una serie de malestares, desigualdades y sobre todo, contradicciones latentes y normalizadas en el día a día. Se presenta como un acontecimiento donde todo lo que no vemos o quizá, no queremos ver en un estado “habitual”, aparece de forma inminente a través de las pantallas o la radio que anuncian la tan obvia inequidad que padecemos.

– Arturo Salazar Garzón
Archivo y diseño


EL MAPA SIEMPRE ES MÁS GRANDE QUE EL TERRITORIO

Durante el aislamiento preventivo obligatorio en el país para enfrentar el COVID 19, el conflicto en Colombia persiste y la violencia ejercida por los grupos armados no da tregua. Han sido asesinados indígenas defensores de sus territorios, líderes sociales, ambientales y de derechos humanos (https://es.mongabay.com/2020/04/indigenas-asesinatos-y-covid-19-en-cuarentena-colombia/). La Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia de la Organización de Estados Americanos (OEA), en los primeros días de abril, condenó los asesinatos de líderes sociales y defensores de DD. HH. cometidos en el país durante es aislamiento obligatorio y denunció las afectaciones que sufren las comunidades menos favorecidas del país a causa del conflicto armado y la criminalidad, en medio de la crisis sanitaria. A través de un comunicado, el organismo internacional rechazó la muerte de ocho líderes sociales en los primeros días de abril, por otro lado, de acuerdo con las cifras de Indepaz cinco defensores de DD HH. fueron asesinados.

Persisten las incursiones violentas en resguardos indígenas atrapados en fuego cruzado de grupos armados. En comunidades del Cauca y el Chocó, entre muchas más, se enfrenta una crisis sanitaria en medio de la violencia constante que se vive en muchas zonas del país. Y es que en Colombia, como dice José Falconi, -el mapa siempre es más grande que el territorio-, refiriéndose a la incapacidad del estado para hacer presencia en los mismos.

La imposibilidad de asir y controlar el territorio, deriva en la recurrente violencia en Colombia. En este contexto la obra de Julieth Morales NA MUY PIRØ WAN WØTØTRANTRAP SRØTØPA (Recuperar la tierra para recuperarlo todo) consigna del pueblo Misak, en el Cauca, deja ver el valor y determinación de una comunidad, para recuperar lo que le ha sido arrebatado por distintos actores: los españoles y criollos de tiempos coloniales han sido reemplazados por familias terratenientes desde comienzos del siglo XX y grupos armados desde la segunda mitad.

La década de los 70’s y 80’s estuvo marcada por las movilizaciones políticas permitiendo a los indígenas Guambianos, mediante acciones del Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC y del movimiento de Autoridades Indígenas del Suroccidente AISO, el reconocimiento de su tradición y la devolución de la tierra que estaba en manos de terratenientes. Estas acciones marcaron el proceso constitucional de 1991 y fue concretado en 1993.

La obra de Julieth Morales reflexiona sobre los procesos históricos y sociales de su comunidad, donde el vínculo con el territorio y las nociones de identidad se encuentran presentes. Mediante acciones individuales y colectivas recurre a rituales de su comunidad, resignificando las tradiciones del pueblo Misak.

En los últimos días la crisis de la pandemia es el centro de atención, lo que algunos han llamado “infodemia”, nos encontramos confinados entre datos sobre las muertes por COVID-19 y curvas de contagio. Entre la avalancha de información constante y la confusión parece que nuestra sensibilidad pide voces claras y nítidas, formas definidas, afirmaciones de la pesadumbre o del duelo. Sin embargo, el aislamiento nos desarticula, convirtiéndonos en sujetos pasivos frente a una realidad política, marcada por la violencia y desigualdad, que no da tregua ni en tiempos de cuarentena, porque mientras esto sucede, el conflicto, la inequidad y la pobreza se agudizan en Colombia. 

En estos momentos de confusión las reflexiones ofrecidas por artistas mediante sus obras, nos brindan la posibilidad de mantener presente la complejidad del mundo y de estar conectados con otras realidades.

– Maria Alejandra Toro
Proyectos y archivo


VALOR DE CAMBIO

“Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la predilección por todo aquello que no nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades”. -Estanislao Zuleta

“Solo una crisis, real o percibida, da lugar a un cambio verdadero. Cuando una crisis acontece, las acciones que se toman dependen de las ideas que las soportan. Creo que nuestra principal función es la siguiente: desarrollar alternativas a las políticas ya existentes, mantenerlas vigentes y disponibles hasta que lo políticamente imposible sea políticamente inevitable”.-Milton Friedman

Se demuestra (de nuevo) que los sistemas ecológicos y sociales están imbricados, y que un fenómeno como una pandemia se filtra y tiene impacto en todas las esferas de la vida. Si en el supuesto estado de normalidad deseable la imagen de estar patinando sobre una delgada capa de hielo a punto de quebrarse describe nuestras estrategias de supervivencia, no es difícil reconocer que en lo corrido del 2020 la curva del clima de fragilidad e inestabilidad va hacia su pico. 

Las medidas tomadas para evitar decesos masivos y el colapso de los servicios sanitarios se enmarcan en una disyuntiva de carácter ético entre la priorización de la humanidad o la producción, y hasta el momento la balanza parece inclinarse hacia la primera gracias a las presiones sociales y la voluntad de algunos líderes. El hecho de que la discusión se enmarque en este falso dilema revela las insuficiencias del sistema económico imperante y la escala de valores que lo soportan, que pareciera que no reconocen el valor intrínseco de la humanidad ni de su capacidad de encontrar soluciones y adaptarse a las circunstancias. 

El coronavirus está desvelando estas cuestiones dada la urgencia y las implicaciones materiales inmediatas. Pero las artes, desde distintos frentes, ya venían planteando inquietudes sobre las presunciones que soportan la estructura del capitalismo y señalando sus consecuencias. La selección propuesta más adelante es el trabajo de distintos artistas que en su ejercicio han registrado las grietas de la economía capitalista, y me gusta creer, con una intención de sembrar la duda y la posibilidad de imaginar un mundo con salidas alternativas. 

Más allá de la producción material, el capitalismo es un sistema de creencias que se basan en la promesa de un futuro materialmente abundante y próspero, en el que la seguridad está garantizada por corporaciones millonarias y empleos estables. Para alcanzar el paraíso capital en la tierra hay que expandir el mercado al infinito, llegar a todos los rincones de la tierra y, si es posible, del espacio. Esto solo es viable con una producción incesante, pero ¿qué pasa si la cadena productiva se detiene por una amenaza mortal? 

La promesa está rota. Estas problemáticas globales son abordadas en el proyecto (Fool’s) Gold Digging de Santiago Montoya a una escala nacional, en la que explora la configuración de la economía colombiana basada en la explotación de unos recursos naturales, configurados como bonanzas, que han calado en la identidad nacional. Montoya indaga en el afán de obtener riquezas con una actitud extractivista: el retorno debe ser rápido y fácil y en cómo diferentes actores han adoptado las reglas del juego de un capitalismo salvaje, con consecuencias devastadoras sobre la dignidad humana y la sostenibilidad ambiental.

Un círculo vicioso en el marco del capitalismo se basa en la relación que los humanos establecemos con el dinero y unas ideas sesgadas del liberalismo que, taxativamente, pretenden otorgar completa libertad a las iniciativas privadas, un estado de desregulación financiera ideal para acumular riquezas al infinito sin tener a la vista el bienestar social. Otto e Islas Vírgenes Británicas, obras que hacen parte del proyecto Again_ de Camilo Leyva, nos interpelan enfrentándonos a la mentira y al ingenio humano para crear andamiajes que alimentan su insaciabilidad. Además de las consecuencias contables y el impacto en los esfuerzos por la redistribución de la riqueza, ¿cuál es el estado del espíritu humano que, sin reparo alguno, incorpora el egoísmo como un atributo deseable?

Las circunstancias actuales nos exigen darles su lugar a las cosas, más que asumir una actitud condenatoria que no reconozca los logros alcanzados. La modernidad y la contradictoria fe ciega en la razón han causado grandes estallidos, y los perdigones alcanzaron y relegaron a los más vulnerables, marginándolos de los resultados deseables del capitalismo. La fragilidad del sistema fue causada por no haber replanteado sus principios y por la búsqueda de soluciones cortoplacistas, que solo generaron más desequilibrios entre los elementos que lo componen. 

Los praxinoscopios o las esculturas móviles de Leidy Chávez y las animaciones de Fernando Pareja materializan una reflexión sobre el funcionamiento cíclico de un sistema y de sus malestares. Además de su investigación sobre los síntomas sociales en el país, desde la técnica hay una invitación a pensar en las complejidades estructurales. Sus animaciones, escultóricas o planas, son sistemas de pequeña escala que incorporan elementos en equilibrio: materia, tiempo, movimiento, luz, sonido y narrativas. Sin una sincronía perfecta entre todos los factores involucrados, la robustez de la obra se pondría en cuestión y perdería su fuerza. 

Existen tantos futuros como humanos sobre el planeta. Hay un espectro de voces que auguran que el capitalismo va a desmantelarse o que se recuperará y se fortalecerá después de la pandemia, que con la caída de la hiperglobalización volveremos al localismo más próximo. Estos relatos extremos son, además de peligrosos, facilistas, y desconocen la necesidad de las sociedades humanas para ajustarse poco a poco a los cambios acaecidos con la menor turbulencia posible. No hay una sola respuesta. La invitación es a renovar las ideas, a seguir indagando sobre el concepto de valor como un factor determinante de la manera en cómo nos relacionamos con la realidad material y social que nos rodea, y partir de ese ejercicio para diseñar modos de vida más amigables con nosotros mismos y el espacio que habitamos.

– Nicolás Ayala
Asistente de Dirección


LO INVISIBLE, AHORA VISIBLE

Edward John Smith, capitán del Titanic, describía su nave como “insumergible”. Nosotros hemos cometido el mismo error, pensando que los humanos somos indestructibles. El coronavirus y la angustia de estar viviendo una pandemia imprevista ha develado lo invisible, convirtiéndolo en la nueva realidad del mundo. Somos conscientes de la fragilidad de la vida humana. Pero esa fragilidad la hemos camuflado en derechos, religiones, tecnologías, ciencia, y guerras que nos han convencido que valen la pena pelear.  La enfermedad desenmascara los embalajes que han tratado de proteger la vida, mostrando la vulnerabilidad inherente en cada uno de nosotros, nuestra corporalidad. 

Leonel Castañeda nos muestra en obras como Un Souvenir patriótico y El cuerpo de adentro que todo lo vulnerable, mórbido y doloroso es constitutivo de nuestra historia y realidad como seres humanos. Un himno nacional colombiano ralentizado, distorsionado en Un Souvenir patriótico, que le da sonido a unas imágenes de los muertos del país nos recuerda que el dolor y la violencia están apenas a una vida de distancia. 

La historia humana ha estado atravesada por el sufrimiento desde su orígen, al igual que la fe masiva en lo religioso, como un andamiaje del cual nos agarramos ante la incertidumbre o  después de una catástrofe. En Visitas y apariciones (1994), Alfonso Suárez hace visible lo invisible; las “apariciones” de el médico-santo José Gregorio Hernández, a quien se le atribuyen  numerosos “milagros” y sanaciones. En estos momentos, muchos encontramos milagros en lo fantasioso. En la obra se ve también cómo una imagen adquiere una presencia más allá de su soporte y se vuelve reliquia, portadora de esperanza para los que sufren. Lo irónico es que muchos le rezan a figuras muertas como José Gregorio y, en cambio, rechazan a nuestros médicos por la forma en que sus cuerpos están expuestos al virus. Es parecido a como algunos rechazaban el arte porque no es un “bien esencial”, cuando ahora un salvavidas de la cuarentena es la creatividad. La gente ha estado descubriéndose creativamente por medio de lo que hacen y lo que ven. El valor del arte como medio de salvación había sido invisible en la cotidianidad que vivíamos antes. Hoy, todo lo invisible ahora es claro y nítido frente a nuestros ojos.

– Juliana Cuellar
Practicante


1985

Pasadas las siete de la noche del seis de noviembre del año 1985, algunas horas después de haber inaugurado la exposición “Sorza No FIAC” [1] en la Galería San Diego en Bogotá, Gustavo Sorzano, junto a un grupo de colegas, recibieron una confusa noticia sobre una serie de disturbios en la Plaza de Bolívar, que podría explicar la baja afluencia de público en lo que prometía ser un gran evento de participación bajo el formato de una venta de garaje de objetos “Sorzanescos”. Al encender el televisor para ver la noticia por sí mismos, y encontrarse con el Palacio de Justicia rodeado de disparos, no hubo de otra que empacar las cosas, apagar las luces de la galería y cancelar el evento en plena noche de inauguración. La toma del Palacio de Justicia por el M-19 marcaría la historia reciente de Colombia y como efecto colateral frustró los planes de Sorzano de presentar todo su cuerpo de obra en un evento de carácter experimental, novedoso para la escena del arte colombiano. 

Después de su participación en algunas exposiciones colectivas como el Salón Nacional de Artistas y muestras individuales como la de la galería Bellarca en 1975, esta exposición no solo era el momento que había encontrado Sorzano para seguir abriéndose un espacio en el terreno de las artes visuales después de que su obra estuviese adscrita al campo de la publicidad y el diseño, sino también, para experimentar y proponer una nueva dinámica que desafiaba los formatos tradicionales del arte. Toda su obra gráfica conformaba una gran “Partitura Mental” en la sala de la galería, en los muros se distinguían frases y palabras, mientras que las piezas, dispuestas en el piso y recostadas sobre las paredes, estaban a la venta en ofertas y promociones como en las góndolas de los supermercados.  

 Convencido de la importancia de hacer real este evento, siete días después, Sorzano repartió las invitaciones para una segunda inauguración. El día del evento llegó, pero el público no. La segunda noticia de un hecho histórico fue anunciada ese miércoles 13 con el titular: “Estragos por erupción del Ruiz”. Por alguna razón, parecía que la vida no quería que ese evento tuviera lugar; Sorzano guardó las piezas y se fue con ellas a vivir a su casa-estudio en Ubaque, sin ganas de saber mucho más de la exposición ni del mundo del arte. Esta carpeta la revisitó 40 años después, cuando su obra comenzó a ser revisada como una de las primeras manifestaciones del arte conceptual en Colombia. 

La gran historia y las historias personales no pueden separarse. Recordamos hoy dos hecho históricos que llevaron a la cancelación de la exposición “Sorza No FIAC”, de la misma manera en que se están cancelando o posponiendo eventos en el mundo por la pandemia. La cuarentena y el aislamiento social nos obligan, como le sucedió a Gustavo Sorzano, a cambiar los ritmos de vida y aplazar proyectos, o en el mejor de los casos, a reformularlos. Quizás algunos de los proyectos cancelados no verán la luz en el futuro inmediato, y tendrán que incubar y esperar a su momento para ser reconocidos. La historia de Sorzano nos muestra que no importa la cantidad de tiempo que pase, cuando los procesos son contundentes el reconocimiento llega

[1] El título de la exposición “Sorza No FIAC” surge en respuesta al rechazo, en un tono burlezco, de las instituciones de arte, las cuales, al tiempo que decidían y marcaban una pauta en lo que se consideraba o no arte, marginaban propuestas que no respondían a ciertos estándares estéticos. En este caso específico, Sorzano hace un señalamiento a la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (FIAC).

– Arturo Salazar Garzón
Archivo y diseño