El tiempo de las luciérnagas
Flor María Bouhot
Quizás el cuerpo también podía ser una fiesta. Quizás era lo más natural. Sin embargo, había nacido en la ciudad de la muerte. Allí, donde los cuerpos habían olvidado las estaciones en el placer: se fajaban al nacer, se cuadriculaban al crecer y se masacraban en las esquinas después. En las noches, su piel envenenada no la dejaba dormir, tampoco el rumor burbujeante del latido de la vida. Dejó entonces que los ojos de la niña atrapada en la tienda de un pueblo caliente se abrieran en los de la mujer urbana. Al matriculares en Bellas Artes de Medellín, tenía por fin pinceles en sus manos, colores sin mezclar y la furia de los fauves. La vida estaba al frente, quizás velada por el gris-smog, el púrpura-eclesial o el rojo-sicario… Pero sabía que bastaba con hurgar aquí y allá en las rendijas por donde se escurrían los manantiales de la carne.
Se fue entonces a bailar la colorida fiesta de los cuerpos. Persiguió a Canelo con su pelo zanahoria y caderas estrechas, a Greta con sus desafiantes rollos en la barriga, a Petra, la mordelona de niñas de cachetes tiernos, al Ronco con su orgasmo místico y barato. Cuando no los encontró, los inventó o robó de revistas médicas, exóticas o porno. Exploró los rincones donde la luz solo la encendía el aleteo de luciérnagas de bisutería. Diseccionó maniáticamente los gestos del placer. Se extasió con la caída de los vestidos, las máscaras, los rótulos, como quien deshoja una margarita impúdica. En clandestinas y explosivas ceremonias, se quitó la ropa junto a sus díscolos modelos para emborracharse de libertad. Y pintó y pintó metros de lienzos que revolotearon escandalosamente. Las señoras no los querían en sus salas tranquilas, ni los museos en sus paredes fofas. A veces le daban premios de los que después se arrepentían. Decían que sus colores estaban tan mal sentados como sus mujeres, que las pieles negras no combinaban con las blancas sobre el lecho de los amantes, que las plumas no rimaban con todos los cuerpos. Guardó durante años estas pinturas en distintos refugios.
Ahora hay una fila de príncipes que quieren darle el beso del retorno a sus bellas durmientes. Es que es el tiempo de los cuerpos y las fiestas. El tiempo de las luciérnagas. El tiempo de la Flor.
Texto de Sol Astrid Giraldo E.