En el tiempo y en el espacio

Julieth Morales


Curaduría Carlos Rojas Cocoma

TODO ACTÚA

Los hábitos son rituales que a fuerza de practicarlos se conciben como algo natural, como elementos impartidos por fuerzas superiores que por su misma presencia se reproducen con resignación. Esos rituales, místicos o mundanos, son los encargados de dar forma a la cotidianidad. 

Los rituales viven a través de los símbolos. En ocasiones no se sabe sobre sus orígenes, quien los inventó, o quien los echó a andar. Por ello pareciera que los rituales llegan de la nada. Se arraigan en la cultura y se multiplican en la costumbre incluso con dolor. Todo se acepta porque tienen la fuerza de parecer predestinados. Calan tan hondo en los cuerpos que terminan por dominar todos los gestos, comenzando por el acto de callar. Por ello, nada está más lleno de poder y significados que el silencio. Nada es más dominante ni opresor.  

Comenzar un ritual implica activar un proceso, romperlo todo, liberar los símbolos que oprimen a través de nuevos símbolos: si la tradición está llena de silencio, hay que producir un sonido. Si la tradición está tejida en nudos masculinos, hay que destejer con dedos femeninos. Si no hay cantos para crear la música, o bailes para crear el movimiento, hay que buscarlos entre los símbolos, hasta encontrar una voz. 

Hay que encontrar los movimientos capaces de doblegar el silencio. Hay que remover los símbolos con otros símbolos, hay que actuar en el lenguaje del ritual. Hay que actuar para encontrar nuevamente la armonía, el hogar sagrado de la sabiduría Misak. 


TODO TRANSFORMA

Los tejidos son metáforas de la memoria, al tiempo que el recuerdo solo existe cuando se desglosa entre las líneas de un relato, o de un textil. Por ello, crear textiles es similar al acto de contar historias: hay un hilo conductor, pensamos en la trama de un relato, tejemos un cuento, buscamos su nudo, o concluimos con su desenlace, tocamos las fibras sensibles y tejemos los recuerdos. No en vano textil y texto comparten su etimología, texĕre. 

Al igual que las manos de los escribas, las manos de las mujeres repiten en las líneas del telar hechos y eventos, mientras sus voces permanecen silenciosas. El tejido visibiliza la memoria, como lo hacen las historias. En el tejer se conserva la ambigüedad de mantener vivos los símbolos de una cultura, así como también los que la vulneran. Ciertos símbolos tradicionales pueden ser en cierta forma una opresión. La mujer Misak debe tejer, la que no lo hace, puede no ser considerada una buena mujer. ¿Cómo liberar desde el tejido? ¿Cómo transformar uno hasta convertirse en el otro? 

La mano no escapa de otra forma que no sea su lenguaje. ¿Suenan los símbolos? ¿dice algo el silencio? Tejer es repetir, hasta que la repetición logre decir otra cosa. Tejer es murmurar, hasta que el murmullo produzca las palabras.


TODO COMIENZA

Una fe invisible transcurre entre la forma en la que se asumen los hechos de los mitos con la aceptación que tenemos por la obra de arte, hay una complicidad compartida entre el acto de crear, y el acto de creer. Quizás por ello el origen de los mitos, y el mito del arte mismo, sea la creación. La diferencia es que mientras el arte produce obras, el mito produce seres. 

En la mitología Misak, son seres las mujeres y los hombres, como lo son las plantas, las montañas, el arcoíris, el fuego o las lagunas. Todos tienen un propósito, de todos se puede aprender. ¿Pueden los objetos devenir personas? ¿pueden las creaciones convertirse en vida? En el mundo Misak, los artistas también crean seres: las manos que los modelan, los cuerpos que los usan, el fuego que los oscurece, o las danzas que los acompañan, revisten de presencia su volumen, adquieren ante la comunidad el reconocimiento de su propia existencia. Cuando una mujer Misak es atacada, o silenciada, cuando su abandono y su soledad destruye la armonía, es necesario protegerla desde los símbolos, con el cuidado de un ser que nace. Volver a comenzar. Crear su lenguaje. El artista construye signos que dan sentido a lo incomprensible, crea símbolos para que otros los incorporen en su voz. Rompe el silencio. Una obra de arte puede llegar a ser un hogar para las voces silenciadas.